lunes, 14 de abril de 2008

MONUMENTOS, PARAJES.
Mi pueblo no es bonito a rabiar, no tiene un hermoso castillo, no dispone de ningún monumento digno de ocupar unas líneas en una guía de arte y, además, el arco romano, mandado construir por Trajano, fue abatido un aciago día. Sí, es cierto, así es. Sin embargo. mi pueblo tiene algo especial para los que nacimos en él.

Cada uno de sus sencillos y humildes rincones trae a nuestra mente un recuerdo, ejerce un encanto, una atracción, que se ve incrementada con el paso del tiempo que, como un alambique, va destilando la esencia de nuestras vidas, cuyas gotas de madurez incrementan, si ello es posible, el cariño que sentimos hacia la tierra que sirvió de apoyo a nuestros titubeantes primeros pasos.

Cada cual recuerda y valora lo que tiene. Nosotros guardamos la imagen de la Iglesia, enorme, maciza, colosal, con una bóveda digna del mayor orgullo. Una obra cuya magnitud es fiel exponente de la importancia que Encinasola debió tener en otros tiempos, pues tal edificio sólo pudo realizarse con un gran esfuerzo económico y con abundante mano de obra, indicadora del desarrollo demográfico propio de un gran núcleo urbano. Por esto, nuestra iglesia es merecedora de que alguien se decida a hacerle una detallada, exhaustiva y documentada descripción. Ella es nuestro mayor edificio, nuestro mejor monumento y, junto con la Iglesia del Calvario y la Ermita se San Juan, constituye la quintaesencia del arte arquitectónico religioso urbano de Encinasola, como, fuera del casco de la población, lo son las Ermitas de Rocamador y Flores.

A los restos del Castillo y a los dos fuertes, sobradamente conocidos y valorados, pues no en balde el de San Juan ha sido recientemente restaurado, quiero unir la chimenea de la “máquina vieja” que, en mi opinión, es todo un alarde de equilibrio y una magnifica obra de albañilería que debe ser conservada y considerada como parte muy importante de nuestro patrimonio.

Como paraje natural sobresale la Peña, porque es la atalaya, el punto de estación obligado para aquel que se decida a pintar en un lienzo o captar con una cámara fotografía una estampa inconfundible del pueblo. Sus enormes rocas parecen prestas a rodar al menor empuje, pero en esa misma posición permanecen desde tiempos geológicos y continuarán desafiando el paso de los siglos. Ellas han sido mudos testigos de los juegos a espadachines y ladrones de las sucesivas generaciones de marochos. Desde este emplazamiento, la calle de la Ladera, con su perfil escalonado, constituye el elemento definitorio que imprime el sello que no sólo hace fácilmente identificable la imagen de Encinasola, sino que la hace inconfundible. La Ladera tal vez sea la calle mas peculiar, aunque una de las menos transitadas, del pueblo.

Por último, la torre, pero ella es punto y a parte, porque juega un papel activo en la vida del pueblo, tiene vida propia y, por ello, merece un artículo completo.


“El Picón, Núm. 32. Mayo 1996

Firmado con el pseudónimo de Juan José de la Encina

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