lunes, 14 de abril de 2008

LAS CAMPANAS DE MI PUEBLO

Mi pueblo tiene cuatro campanas, pues hace unos años que a las tres tradicionales se les unió otra que, aunque de menor tamaño, más ligera y menos ruidosa, no por ello carece de efectividad o deja de hacerse sentir a los marochos.

Su mensaje se extiende más allá de los límites locales, provinciales e, incluso, nacionales. Sus repiques llegan allí donde reside un hijo de Encinasola.

Unas veces trae sonidos de alegría, con anuncios de fiesta, celebraciones, nacimientos, proyectos de mejora del pueblo y mil cosas más. En cambio, en otras ocasiones, nos saca de quicio, nos irrita, al contarnos la dejadez, el pasotismo y el desinterés que el pueblo muestra ante determinadas realidades.

Esta campana enlaza a todos los marochos, los moviliza, les informa, les mantiene unidos. Reaviva y alimenta el amor que sienten por el pueblo. Su tañer es silencioso ¡Paradójico! ¿Verdad? Pues sí, así es. Su repique no se percibe a través de los oídos, sino que llega directamente al corazón, residencia de los nobles sentimientos, o al hígado, donde dicen que se fraguan los malos humos.

El destino final de su sonido, corazón o hígado, depende del mensaje que sus campanadas transmitan. Porque campanadas llenas de rebeldía son esas palabras que tratan de movilizarnos contra el inmovilismo, contra el “que nos den”, “el que más da” o el “que le vamos a hacer” y campanadas llenas de alegría son aquellas que nos dicen que estamos dispuestos a seguir adelante, que nada nos va a detener en nuestro anhelo de que el pueblo alcance mejoras, que todos estamos dispuestos a luchar por hacer algo, aunque a veces ese algo no salga tan bien como hubiera sido nuestro deseo; pero el HACER es positivo, el HACER es lo único que puede sacarnos del retraso, de la involución.

¡Menuda campana! ¿Cuantos pueblos querrían tener una igual?

Pero esa campana no goza de buena salud, esta cascada y si hace poco tiempo el pueblo se volcó para reparar la campana mediana, ahora es necesario un esfuerzo de todos para reparar esta. Pero ese esfuerzo no puede ser momentáneo, tiene que ser continuado, con proyección en el tiempo, porque de lo contrario la perderíamos para siempre. La campana a la que me estoy refiriendo son estas páginas, es EL PICÓN. ¡Que no pase con EL PICÓN lo que hace treinta años pasó con su antecesor! ¿Recordáis Ecos de Flores?

Para que EL PICÓN pueda seguir publicándose es necesario aumentar el número de suscriptores y, en esa línea, deberíamos intentar, cada uno de nosotros, captar a un nuevo participante en esta tarea de divulgación de las cosas de nuestra tierra. Estoy seguro de que hay muchos, muchísimos, marochos que desconocen EL PICÓN y que si tienen noticias de él pondrán todo su empeño en mantenerlo.

“El Picón, Núm. 33. Julio 1996.

Firmado con el pseudónimo de
Juan José de la Encina

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