ENCINASOLA EN DOS FRASES
Diariamente pronunciamos incontables frases que se diluyen en el aire, nada queda de ellas. Sin embargo, a veces, aun sin pretenderlo ni percatarnos, emitimos unas palabras que quedan enredadas en la memoria de quienes las escuchan y que, con el paso del tiempo, se hacen imborrables y, en algunas ocasiones, se confirman como irrefutables vaticinios que parece que condicionan el devenir de los acontecimientos.
En este contexto, dos frases han venido a influir en el desarrollo de Encinasola y que se han hecho perceptibles en el período de su existencia que nos ha tocado vivir.
La primera de ellas fue pronunciada por un gran hombre, por el Emperador Carlos V. Aquel “Tengo una encina-sola capaz de engordar mil cerdos” fue una frase de halago y de esperanza en el futuro.
De halago porque, con ella, el hombre más poderoso que ha pisado el planeta quiso resaltar el trabajo y la ilusión, no exentos de austeridad, con que los marochos se dedicaban a sus tareas campesinas y, dentro de ellas, a la cría de nuestros inigualables cerdos y al manufacturado de embutidos y jamones.
Era una frase de futuro. En ella se vislumbra la esperanza de progreso para un pueblo. Y así fue. Entre el momento en que esas palabras se pronunciaron, allá por el siglo XVI, y la primera mitad del siglo XX, el pueblo experimentó un continuo progreso. En esta última fecha daba cobijo a más de 7.000 habitantes. Ya no era sólo una entidad agrícola sino que daba cobijo a una incipiente industria que se esforzaba en abrirse paso. Una fábrica de harina, la única que existía en una amplia zona de la sierra de Huelva, almazaras, mataderos artesanales, importante producción de carbón y picón, numerosos talleres de todo tipo,… y no sé cuantas actividades más. Es cierto que nunca hubo abundancia de nada, siempre la austeridad y la precariedad estuvieron a flor de piel. “Se iba tirando”. Pero había una base, un tejido industrial capaz de evolucionar y de adaptarse a las nuevas exigencias y, con ello, dar paso a una industria más actual.
La segunda frase no sé si realmente llegó a ser pronunciada o si se trata de un sentimiento de contraposición a la primera. Incluso considero que no es momento de reproducirla. Decididamente, opto por dejar a un lado el hecho de si llegó pronunciarse o si se trata sólo de una imaginaria expresión, pues esto carece de importancia para el objeto de este artículo. Lo verdaderamente importante, el hecho evidente, es que, a partir de los años ’50, el afán emprendedor que movía todo aquel intrincado sistema económico y demográfico se desvaneció y nadie hizo el menor esfuerzo para tratar de detener aquella avalancha de brazos que se iban en busca de mejores horizontes, Se optó por aceptar la partida de aquellos que con su esfuerzo trabajo y sacrificio podían haber dado vida al pueblo. Incluso es probable que algún corazón abrigase la esperanza de que el fracaso hiciese desandar el camino a los que, dejándolo todo tras de sí, emprendían una dura marcha.
La supuesta frase fue el síntoma de la derrota, fue el inicio de un largo recorrido hacia el conformismo.
El esfuerzo de 400 años se vino abajo en un abrir y cerrar de ojos. Han pasado 40 años y ¿qué queda de todo aquel tejido industrial? ¿que queda de toda aquella sociedad en continuo crecimiento? Quedan mil quinientos vecinos y… poco más.
El Picón, Núm. 8. Junio 1999
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