miércoles, 5 de mayo de 2010

ARTÍCULO NO PUBLICADO
MI PUEBLO

¡Mi pueblo!. Dos palabras que hacen brotar en mi mente un sinfín de recuerdos, en forma tal, que los unos desplazan a los otros en desesperada lucha por hacerse presentes a un mismo tiempo. Al tratar de poner orden en ellos me encuentro en la parte más elevada del pueblo, en el centro neurálgico de la villa. Al pie del campanario. Allí donde las blancas y ligeras cigüeñas hacen sus nidos; en el punto obligado de las citas. Al pie del gigante que permanece imborrable en mi mente y que, cuando regresamos a aquellas tierras, aparece gallardamente ante nuestros ojos como victorioso luchador por ser el primero en darnos la bienvenida. Él ejerce maravillosamente su función de ordenador de la vida del lugar. Sus campanas han anunciado durante siglos el bautismo de cada uno de los hijos del pueblo; han tocado a rebato cuando el fuego devoraba de forma inexorable las cosechas o el hogar, y, así como se contagian de alegría en nuestras fiestas y romerías, también se sumen en un profundo dolor cuando quejumbrosas, lentas, roncas,... tienen que decir el inevitable y postrero adiós.

En sus mismos cimientos nace la Plaza, y nace de forma tímida, con una inexplicable estrechez, como si se sintiera temerosa de codearse con la espigada torre; mas, rápidamente, se libera de estos recelos y se ensancha hasta alcanzar unas amplias dimensiones con la seguridad que le da el saberse centro de reuniones, de festejos, de juegos de la bulliciosa chiquillería y, sobre todo, espejo donde se refleja el cotidiano latir de alegrías y sinsabores.

Torre, plaza; plaza, torre. Henos aquí ante los verdaderos centros de gravedad del pueblo. La una se apoya en la otra para formar en sólo sentir, un sólo pensar, ... Y esto es lo que parecen decirnos en las aletargadas siestas veraniegas, cuando la torre deja caer su sombra adormecida sobre el duro y ardiente cemento de la plaza para hacer más patente su dualidad y su unidad.

Este es mi pueblo, un pueblo con retorcidas y desordenadas calles cubiertas por una bien trabajada alfombra de piedras; un pueblo cargado de historia, una historia sellada por su ruinoso castillo y sus cilíndricos fuertes que, a modo de perpetuos e infatigables centinelas, le flanquean bizarramente y que se resisten a desaparecer ante el ataque de los elementos y el irresponsable deshacer de los hombres.
José Domínguez Valonero

No hay comentarios: