lunes, 5 de abril de 2010


CANTO A LA FLOR DE LAS FLORES

Hoy la sierra se viste con sus mejores galas, con sus más bellos ropajes. El tomillo y el romero tienden su manto blancoazulado al paso de la Patrona. Porque hoy es el día de la Virgen de Flores. Por eso, los campos se adornan con su mejor verdor y se salpican con los suaves tonos blancos y amarillos de las margaritas y con el rojo de las amapolas, que semejan femeninos labios impacientes por enviar delicados besos al paso de la Suprema Flor.

A los pies de la ermita serpentea el Múrtiga, nuestra ribera, tratando de hallar entre las rocas un hueco para ver a su Dueña. Sus aguas, al ser rozadas por el sol, se transmutan en fugaces relámpagos, en breves destellos, en diamantinos reflejos con los que, en un último esfuerzo, tratan de llamar la atención de la Serrana. Porque el Múrtiga le dice adiós. Se va su Reina, y ¿Que es el Múrtiga sin Ella?

El viento aglutina y combina dulces sonidos y fragantes aromas, regalando a la Virgen el lejano tintineo de unas campanillas y el murmullo de las aguas. En el lento y cansino caminar por el polvoriento camino nos invade el aroma del tomillo y del romero. ¡Que esos son los sonidos y los olores de mi tierra!

El sol, que desde su atalaya todo lo preside, detiene sus dorados destellos sobre la faz de la Flor de las Flores para así resaltar con sus brillos y contraluces toda la beldad que atesora la Reina de los marochos. Los rayos del sol pugnan por besar el moreno rostro y, en su veloz y atropellada carrera, engendran un inacabable contraste de luces, sombras y penumbras que, armoniosamente, van cambiando al ritmo del acompasado bamboleo que los porteadores imprimen al delicado palio que filtra los excesos de luz.

El sol se abre paso entre las hojas de las encinas para, en un supremo esfuerzo, acariciar las mejillas de la Virgen y, con ese leve beso, arranca fulgurantes destellos de las lágrimas que resbalan por sus pómulos. Lagrimas de alegría, porque nuestra Madre llora de emoción al volver a estar entre sus gentes, porque la Reina de la Mañana, la que tiene un altar en el pecho de cada marocho, siente el calor, el cariño y la devoción de su pueblo.

Y, al fin, el pueblo. Atrás quedó la sierra. Ahora estamos en la “Joya” de la Fuente, el crisol donde se funden los cansados romeros con la impaciente muchedumbre que los espera. Cansancio e impaciencia desaparecen ante la presencia de la Virgen. Se produce un renacer. Entre cohetes, cánticos, palmas y pisadas de caballerías, se percibe un tenue ruido de cascabeles, son las pequeñas campanillas del palio de la Virgen.

¡Ya viene! ¡Ya viene! ¡Ha llegado la Virgen!

Y que orgullosos. Que presumidos vienen aquellos cuyos hombros sirven de apoyo a las andas ¡Menudo privilegio!

La Señora sonríe. Desde lo alto de su trono ve a su Encinasola, a sus sufridos marochos. Allí está el anciano que, por si acaso, quiere decirle ¡Hola! ¡Estoy aquí! Y también el pequeñín que, en brazos de su madre, ya aprende a querer a su patrona y a mirarla con devoción.
Un año más, por unos días, vuelve a su casa, a su pueblo. Un año más, y van...

2 comentarios:

Jesús F. Sanz dijo...

¡ Cuantos recuerdos acarrea para mí la Virgen de Flores !, a los pocos meses de yo llegar al pueblo, su festividad; por entonces la celebración consistía solamente en la romería, a la que acudían los hermanos y pocos más, los demás íbamos a despedir la comitiva por la mañana y a recibirla por la tarde. Recuerdo que en contadas ocasiones iba la Virgen al pueblo, entonces sí era mayor la celebración, más parecida a como es ahora.
Pepe, haces una bonita amalgama de espiritualidad y naturaleza en la que manifistas ese gran entusiasmo por tu Patrona, por lo que es y por lo que para tí representa; eres un "empedernido" marocho, un gran marocho.
Un abrazo

Valonero dijo...

Jesús.
Agradezco tus palabras. Sé que tú sientes lo mismo que yo.
¿Me marcharé sin haber podido vivir un Día de Flores junto a la Patrona en su ermita? Como bien recuerdas, ese era un privilegio reservado a unos pocos. Hoy, gracias a Dios, es una fiesta popular.