lunes, 14 de abril de 2008

ADIÓS

Francisco, a ti, que fuiste mi hermano y mi mejor amigo de juegos, te dimos el último adiós, la definitiva despedida. ¡Ya no habrá retorno! ¡Jamás regresarás! Tu imagen no volverá a aparecer ante nuestra vista. Tu figura se irá desvaneciendo y sólo con esfuerzo lograremos tenerte presente en nuestra imaginación.

Me precediste en todo; en la vida, en los juegos, en la madurez y... en el adiós.
Miro atrás y.... ¡Parece que fue ayer! Papá con sus bromas, sus sempiternos consejos, su trabajo y...su acordeón, ese que sólo tú llegaste a tocar, con tu machacona “Tarara”. Mamá con su casero trajín, siempre haciendo equilibrios para que pudiéramos salir adelante. Tú, y Ricardo, entre virutas, garlopas, martillos y berbiquíes.

Siempre os vi mayores, muy mayores. Me costó ser como vosotros. Aunque creo que, realmente, no os disteis cuenta de que iba creciendo y siempre me visteis como a un niño. Tal vez por eso mi presencia os producía sosiego, calma, confianza. ¿Verdad que era así?

La grandeza no está en que fueses consciente de tu enfermedad, sino en la forma con que la aceptaste. Tu entereza nos fortaleció, admiró y sirvió de ejemplo a quienes estuvimos cerca de ti. Emprendiste el último viaje con enorme tranquilidad, como si la cosa no fuese contigo, sin esconderte, sin hacer el menor gesto para, inútilmente, tratar de huir de la Parca. Todo fue como, hace sólo unos meses, me dijiste. Aún me parece estar oyendo tus palabras: “Pepe, me ha tocado...”, “Pero ni me voy a acobardar, ni me voy a esconder...”.

Marchaste a la eternidad. ¡Eternidad! ¿Sabemos qué es la eternidad? Dicen que nunca empezó y que nunca acabará. ¡Demasiado tiempo para que quepa en nuestro reducido cerebro! En ella, en la eternidad, se confunden el siempre y el jamás. ¡Siempre allí! ¡Jamás aquí!

Francisco, la muerte se consuma con el olvido y mientras vivamos aquellos que te queremos tú vivirás en nuestra mente y en nuestro corazón, por eso te decimos: ¡Hasta siempre! ¡Adiós!

“El Picón, Núm. 34. Septiembre 1996

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