jueves, 29 de mayo de 2008


LA “JOYA” DE LA FUENTE

Los jóvenes viven con intensidad el presente en tanto que el pasado ocupa un lugar secundario en sus mentes. Sin embargo, para aquellos que han cruzado el ecuador de sus vidas ocurre lo contrario, pues son los recuerdos los que ocupan una parte muy importante de su actividad mental. Pudiéramos decir que aquellas personas que ya han dejado tras de sí gran parte de su existencia se alimentan de los recuerdos, que el pasado supone para ellas una parte muy importante de sus vidas. No en vano alguien dijo que “un hombre es lo que es su memoria”.

Por esto, aquellos que hemos pasado la mayor parte de nuestra existencia alejados del pueblo, al volver la vista atrás, contemplamos bajo nuevos aspectos los acontecimientos allí vividos y los lugares en los que se produjeron. Tanto unos como otros se nos presentan con una intensidad e importancia que nos llevan a dudar sobre si se trata de unas sensaciones reales o si, por el contrario, esa aparente sobredimensión es sólo fruto de nuestro cariño al pueblo y de la “morriña” que nos embarga.

En esta línea, un lugar que atrae nuestra atención es la Hoya de la Fuente, la “Joya” de la Fuente según nuestra particular forma de aspirar la h. Y me quedo con esta última grafía, pues ese lugar es una auténtica “JOYA”.

Y digo que es una joya porque, durante siglos, su fuente, la Fuente del Rey, calmó la sed de la mayor parte de los marochos. Su camino fue uno de los que más tempranamente aprendimos a andar y desandar una parte importante de los hijos del pueblo, pues desde muy pequeños acompañábamos a nuestras madres, cogidos de su mano, hasta los gruesos caños de bronce de la fuente para recoger en el cántaro, hábilmente llevado sobre la cabeza, el agua limpia que de ellos manaba permanentemente. Era agua con sabor a eso ¡a agua! Hasta que al romperse su ininterrumpido manar, fue preciso clorarla y con ello se adulteró su sabor.

Este paraje es una joya porque, desde hace siglos, cada octava de resurrección el pueblo se congrega en él para despedir a los romeros que, llenos de alegría, se dirigen a la ermita de la Virgen de Flores. Y es esta misma “Joya” de la Fuente quien abre sus brazos para acoger al pueblo de Encinasola al volver a darse cita en ella para recibir a esos mismos romeros cuando, sobre sus hombros, traen al pueblo a la Flor de las Flores, a nuestra Patrona.

Hace años allí estaba nuestra banda de música que tenía que esforzarse para que sus marchas y pasacalles se impusieran al griterío, al descompasado y ruidoso pisar de los caballos y al estruendo de los cohetes que, desde las alturas, daban su bienvenida a la Reina del Múrtiga.

Tan “joya” ha sido que en su fuente bebió el más grande de los reyes de la tierra, Felipe II. Y, según oí contar a los más viejos del pueblo, el propio General Prim, allá en los primeros días de enero de 1866, tras su fracasada sublevación en Villarejo de Salvanés, también saboreó su fresco brotar. Prim reunió a sus tropas en esta Joya de la Fuente y, precisamente aquí, se despidió de ellas antes de marchar a Portugal, camino de su exilio. No es mucho suponer que el agua de nuestra fuente, limpia, pura, con su riquísimo sabor a nada, debió de ser la última que en tierra española calmó la sed de tan insigne militar. ¡Cuanto se esforzarían los que le acompañaron en el exilio en conservar en sus cantimploras tan preciado líquido! Y seguro que, ya en tierras lusitanas, cada trago traería a sus mentes la imagen de esta “Joya” de la Fuente y la silueta de nuestra sencilla, humilde y querida Encinasola.

Publicado en “El Picón” Abril 2001

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