¿SE MUERE ENCINASOLA?
Mi profesión me ha llevado a conocer amplias zonas de España. Ha sido un conocimiento de ciudades y de grandes extensiones rurales, entendiendo por esto último el establecer contacto con pequeños núcleos urbanos y sus tierras.
Estos desplazamientos han motivado que haya conocido pueblos completamente abandonados. De estas experiencias guardo el recuerdo de que cuando me aproximaba a ellos, aun sabiendo de antemano que nadie los habitaba, no podía evitar tener la esperanza de que algún cuerpo surgiría ante las puertas de las casas para llenar de vida lo que en realidad estaba muerto.
Cuando cruzaba el umbral de cualquiera de aquellas viviendas, mi mente trabajaba aceleradamente, llenando de vida todos los rincones. Ante los ojos de mi imaginación surgían los muebles; las ropas; el espejo en el que se miraba aquella joven que, en los días de fiesta, vestía sus mejores galas; los niños con sus juegos y sus llantos; los arrugados rostros de los hombres de la casa, que sólo conocían de trabajo y esfuerzo. En pocas palabras: por mi mente desfilaba toda la vida que había llenado aquellos espacios.
En el interior de los edificios, a veces, se conservaban algunos enseres. Se veían papeles revueltos por el suelo, viejos libros en un rincón y los cacharros de cocina, que parecían prestos a seguir cumpliendo con su misión. Todo parecía esperar unas manos que le devolviesen la actividad que un día perdieron.
Pero todo era ficticio, al final se imponía la realidad y nunca pude evitar que, ante esta evidencia, me embargara una profunda tristeza. Un pueblo abandonado es un cadáver presente. Un muerto que se resiste a ser cubierto por la tierra.
Pero ¿a qué viene todo esto? Pues esto viene a que, como dije en otro artículo, en “El Picón” se repiten con demasiada frecuencia e insistencia dos preocupaciones: la apatía y el peligro de que el pueblo se vaya “apagando”.
Si con respecto a la apatía es de esperar que un día surja quien sepa infundir el espíritu de lucha, la voluntad de trabajo y la ilusión por desarrollarse; en relación con el hecho de que la población vaya lentamente viendo como disminuyen sus habitantes, hemos de confiar en que en un determinado momento se produzca una inflexión y se inicie su incremento.
Las posibilidades de crecimiento del pueblo están ahí, en su entorno, en sus riquezas naturales. Desde luego es necesario que se luche por mejorar las carreteras que hacen que Encinasola esté, con respecto a cualquier punto, más lejos en tiempo que en distancia. Unas buenas carreteras con Sevilla y Huelva pueden hacer de Encinasola, inicialmente y durante los fines de semana, un punto de encuentro y, en un futuro próximo, un lugar de residencia para épocas de vacaciones. Al mismo tiempo, esas vías de comunicación coadyuvarán a favorecer el comercio, posibilitando un mayor rendimiento de la explotación de los recursos.
El turismo rural cada día se muestra con más fuerza. El hombre de la ciudad busca esos escondidos lugares, casi inexplorados, para pasar sus horas de descanso. ¿No es Encinasola un lugar ideal para cubrir estos deseos? Hay pueblos en los que la mayoría de las casas estaban en estado ruinoso y ahora vuelven a levantarse para acoger a ese turismo de fin de semana que todo lo invade, ¡al turismo rural!
Imposible me parece que algún día Encinasola llegue a ver vacías sus casas ¡Es demasiado pueblo como para eso! ¡Más de mil casas tienen capacidad y potencial para sobreponerse a esa actual decadencia! Tenemos plena confianza en que se producirá un cambio, en que se encontrará la forma de explotar todas esas posibilidades agrícolas, ganaderas, turísticas, cinegéticas, etc. que encierra Encinasola.
Quizá haya que abandonar algunos de los tipos de cultivos que hasta ahora se han practicado y sea necesario buscar otros más acorde con las características del suelo y del clima. Al llegar a este punto me viene a la mente las grandes extensiones de terreno pedregoso, árido y montañoso que he visto cubierto de tomillo, romero, y otras variedades de plantas aromáticas o las pequeñas parcelas acotadas, en medio de la montaña, en las que se cultiva la trufa, un producto que alcanza precios exorbitantes. Estos son algunos productos que, en otros lugares, han desplazado a los tradicionales.
¿Nada de esto se puede hacer en Encinasola?
“El Picón, núm. 15, Junio 2000
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