domingo, 15 de marzo de 2009

EL CARNAVAL

Carnaval es sinónimo de broma, disfraz, “cacos” y “pegas”. El carnaval que yo conocí no llegaba a ser fiesta, ni siquiera era Carnaval. Era algo que se sentía, que se intuía, algo que fue y que no era. Algo que se quería y que no se podía. Eso era el Carnaval.

Perseguido y, sin embargo, celebrado. A escondidas, las chicas se vestían de hombre y ¡que raras se les veía! Aquellas caderas no entraban en los estrechos pantalones del padre o del hermano; porque los padres y los hermanos no solían ser gordos, la dieta imponía una figura esbelta.

El chico, por medio del disfraz, se convertía en niño y, los más decididos, incluso se atrevían por unos momentos a “travestirse”, es decir, se vestían de mujer.

¿Y la música? La música la ponía alguna flauta de caña, la adiamantada botella de anís y, siempre, las palmas. Sí, las palmas, ese artilugio que todos llevamos en nuestras manos y que sirve para todo. Con estos instrumentos se construía la rítmica melodía de acompañamiento.

Al final todo acababa en carreras. Carreras de huidas por temor a todo. Temor a ser reconocidos por el vecino. Temor a los propios padres. Temor al “que dirán”.
Llegaba la noche y, con ella, los “cacos”. Cualquier cosa servía: un puchero viejo; unos muñecos artesanales a base de un grano de garbanzo, un poco de tela y un hilo para anudarlo; un petardo; y un largo etcétera que englobaba objetos de mal y, también, de pésimo gusto. ¡Era Carnaval!

-Vamos a pegarla. Y allá íbamos con el ¿Se puede?
- ¡Adelante!
-¿La camisa de usted tiene volante?
Ja, ja, ja. Había “picado” ¡que risa!

Ese era nuestro Carnaval. Ahora es otra cosa. Hay quien va disfrazado y ¡menudos disfraces! Hay quien va a cara descubierta. Hay música. Todos cantando y desfilando en “mogollón”. Yo diría que hoy hay orden, donde antes podía haber palos.

Firmado con el pseudónimo de
Juan José de la Encina

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