martes, 15 de septiembre de 2009


MAROCHOS DE TODA LA VIDA

Encinasola ha sido un pueblo agrícola y, por esto, toda la vida de la villa ha girado en torno a nuestro “hombre del campo”. Tradicionalmente, toda la economía marocha se ha sostenido sobre las espaldas de nuestro labrador.

Encinasola ha sido lo que le han permitido ser sus campos. Unos campos que se caracterizan por su aridez y por su bajo rendimiento. Por esto, podemos decir que Encinasola está constituida por 180 kilómetros cuadrados de seca ingratitud. Los campos de Encinasola siempre se han mostrado tacaños a la hora de devolver al paciente y sufrido agricultor los frutos que en ellos deposita.

Mucho sudor, con el que el marocho, a falta de agua, riega sus campos; mucho esfuerzo; mucha esperanza y todo el trabajo que sus músculos pueden dar es lo que nuestros “hombres del campo” ponen en la tierra.

Una tierra que lo exige todo. Una tierra cuya exigencia llega a extremos que no alcanzan a entender aquellos afortunados hombres que viven en otros lugares más agradecidos, pues hubo tiempos en los que su escaso rendimiento no permitía que ninguna mano, por minúscula que fuese, quedara exenta de tener que trabajar en ella. Esto llegó a privar a los más pequeños de la posibilidad de adquirir una mínima cultura, porque la tierra necesitaba que hasta los niños, cuando apenas tenían capacidad para sostener una cesta en la que llevar algún fruto o un palo con el que conducir al ganado, tuvieran que dedicar sus infantiles días a “jugar trabajando”.

Nuestras tierras no han perdonado esfuerzo. Para nuestras tierras todos los días eran de trabajo. Por esto, eso de celebrar los domingos no siempre ha estado al alcance de todos.

Mucho luchar de sol a sol. Mucho soportar el calor y el frío. Muchas noches durmiendo bajo las estrellas, sin más techo que el brillo de la luna. Mucha austeridad: austeridad en el vestir, con aquella ropa de pana que llevaba tal cantidad de remiendos que era imposible conocer cual había sido su color original; austeridad en el comer, con una dieta basada en el gazpacho, los garbanzos, las migas y el tocino.

Este ha sido, este es, nuestro campesino. “Hombre del campo” le ha gustado siempre que le llamaran. Un hombre que nunca renunció a su destino. Un hombre que nunca dejó de querer a su pueblo, a sus tierras. Muchos fueron los labradores que se negaron a correr hacia otras partes. Muchos fueron los que se quedaron “aguantando la vela” de ese barco que se llama Encinasola. Muchos fueron los que se quedaron luchando por mantenerlo a flote..., y lo consiguieron.

No se fueron,... aunque pudieron. No se fueron,... porque no quisieron. ¡No quisieron conocer otros trabajos! ¡No quisieron conocer otros lugares! Y no quisieron conocer otros trabajos ni otros lugares porque Encinasola era, y es, TODO para ellos. Por esto, ellos son los MAROCHOS DE TODA LA VIDA.

Sí, ¡Marochos de toda la vida! Sí, ellos son los Marochos de cada día, los Marochos de siempre. Son marochos de siempre y para siempre; lo que pasa es que nosotros, el pueblo, no lo sabemos. Nosotros, el pueblo, seguimos sin darnos cuenta. ¡Como siempre! ¡No es nuevo! Es tradicional el esfuerzo que tenemos que hacer para reconocer el trabajo y el mérito de nuestros paisanos.

Pero, como afirma el dicho popular, “nunca es tarde si la dicha es buena”. Por esto, hemos de confiar en que algún día seamos capaces de rendir un justo y merecido homenaje a nuestro olvidado HOMBRE DEL CAMPO.

El Picón núm. 26, Abril 2003

1 comentario:

Carmen dijo...

Estoy de acuerdo contigo en el justo reconocimiento del "hombre del campo"
un abrazo.
Carmen