martes, 5 de enero de 2010

ARTÍCULO NO PUBLICADO

EL BURRO

C
on su paciencia, parquedad, tozudez y terquedad, el burro ha sido la imagen representativa de la España rural.

Aunque era el dueño y señor del camino, se mostraba humilde y silencioso cuando al caminar por las carreteras lo hacía ciñéndose a su estrecho arcén, como si fuese consciente de que las máquinas que rodaban por estas vías terminarían por arrinconarlo, por condenarle, casi, a la desaparición.

Nunca se negó al duro trabajo. Fue mudo al quejido, frugal en el comer y resistente a la sed. Por eso, la forma silenciosa con que se encaraba al esfuerzo hacía que sus más de trescientos kilos cayeran pesadamente al suelo cuando la carga sobrepasaba su capacidad de resistencia.

La imagen del labrador, la imagen de nuestros pueblos, ha cambiado. Aquellas retahílas de borricos cargados de sacos de aceitunas, haces de trigo o cántaros de agua han sido sustituidas por el ruidoso tractor. La mula mecánica y la trilladora nos han privado de contemplar su silueta cansina tirando del arado y de escuchar sus fatigados pasos en la era, describiendo interminables círculos bajo un sol abrasador y ante el animoso canturreo y las jaleantes voces de quien, como él, también estaba curtido en la austeridad y en el trabajo.

Su origen egipcio se pierde en el tiempo. Engendrador de mulos y burdéganos, nunca se le agradeció suficientemente su fidelidad al hombre. Lo daba todo por poco, por casi nada, y ahora se va callado hacia la extinción, sin ruido, diríase que, para no molestar, en su último caminar se ha quitado las herraduras.

El burro se acaba. Y ahora, cuando está próxima su agonía, nos enteramos de que en España teníamos cuatro razas diferentes de borricos que, hace cien años, suponían un total de 713.737 orejudas cabezas. Todas ellas han visto como, en un corto período de tiempo, y de forma alarmante, ha disminuido su número de individuos. Ciñéndonos a nuestro querido y añorado burro andaluz, parece que de su, en otro momento, incalculable cantidad de ejemplares sólo quedan algo más de medio centenar.

En otros tiempos el asno fue muy importante, prueba de ello es que nuestro premio nobel, Juan Ramón Jiménez, inmortalizó su figura con aquel Platero de algodón y Cervantes hizo lo propio con el sufrido asno de Sancho Panza, pero, además, fue al pollino a quien le cupo el honor de llevar sobre sus espaldas al mismísimo Jesucristo
¡No hay dudas! Hasta no hace muchos años, el burro jugó un papel muy importante.
Pero su mayor trascendencia la desempeñó trabajando en nuestros campos, por eso, desde estas líneas, rindo homenaje a todos aquellos orejudos jumentos, de ojos saltones, cara acartonada y triste mirada que con sus lomos cargados de haces de cebada constituían, en aquellos mis lejanos años infantiles, el leitmotiv de nuestra espera en las tarde veraniegas para, en veloz carrera y, en algunos casos, sorteando el palo del arriero, coger un puñado de espigas de cebada que después, hábilmente, comíamos sentados en el umbral de una puerta.
José domínguez Valonero

1 comentario:

Jesús F. Sanz dijo...

Amigo Pepe, le auguras al burro "un futuro muy oscuro", yo quisiera ser mas optimista para el devenir de este simpático solípedo. Hay zonas en nuestra Andalucía que se están utilizando los jumentos para el turismo rural, los he visto por la Serranía de Ronda, y creo que en la Costa del Sol y Granada también los emplean para similaras fines; les colocan unos graciosos sombreros de paja con dos orificios para sacar las orejas y van ellos más bonitos que un "Sanluís". A pesar de esto sí es verdad que está siendo muy notable la merma en la población de estos animales tan útiles en todos los tiempos.
Cordial saludo